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Resemantización: capítulo 68 de Julio Cortazar

Apenas él con sutileza le tocaba a ella; se le aceleraba con ímpetu el corazón y caían en el sueño profundo, en una salvaje ilusión, en momentos exasperantes.

Cada vez que él procuraba acercarse más a su piel, se encontraba con un quejido que no le pedía menos y tenía que envolverse en sus paisajes serenos, desde el carmesí de sus labios; hasta los cristales marrones, sintiendo poco a poco ambas figuras que se descubrieron, y se estaban conociendo, queriendo, hasta quedarse tendidos; sentir el vaivén del placer, al que se han dejado caer en el desenfreno del amor.

Y sin embargo apenas era el principio, porque en un momento dado ella se tornulaba al no querer dejarlo ir, insistiendo en el que él aproximará suavemente sus manos.

Apenas el sueño relucía algo como un mártir al odio, al flor del deleite con un sentimiento de amor, de pronto el ritmo sublime del empalme de sus almas. ¡Evohé! ¡Evohé!

Colapsados en el tiempo, se sentían elevados al límite del goce, perplejos y satisfechos conocedores de ellos mismos.

Temblando se vencían los músculos y todo se resolvía en un suspiro profundo, que resumía en caricias casi crueles que los despertaba en la arcana realidad.



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