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Actualizado: 31 oct 2019

El cierzo de cada mañana al levantarme de mi cama, es reminiscente de mi dolor y el abrojo que es voraz que ha quitado mi esperanza, despojandome de la beatitud de mi ser.

Esa mañana que va acompañada de un sutil desvanecimiento, que me tira, me amedrenta.

Desconsuelo por no encontrar el claror con tanta niebla, el preludiar del desdén de mi parentela, de mis amados por no entender la pesadumbre que habita en el órgano que envía sangre a mi ser; con convicción de salir de aquel arcano sentir.

Vuelan los días, las horas, los minutos y los segundos. El azoramiento llega con frialdad, no hay sentido, el sol sale y vuelve; la luna parece que no es actor en este escenario, ¿qué más sigue?

Ante la duda y el desmoronamiento de mi ser, entraste Tú. Te dejé por un largo tiempo, pero Tú estabas ahí cada instante. Cada paso errante que estando consciente de aquel trémulo camino tan lobreguez, había pensando que podía luchar con mis propias fuerzas, pero soy tan débil que he caído.

Entendí que lo único que necesitaba era acercarme a ti; inconfundible el vaivén de aquel vesperal en que decidí seguirte, me erguiste, y con fervor tu amor llegó a mi alma, que albeó las venas y entró aquella savía que despojó el estado macilento de mi cuerpo.

El umbral de mi transformación aún no llega a la cumbre, pero aquel matinal ha quedado en el pasado.


-dro


“De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas.” 2 Corintios 5:17


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